Aquella exposición reunió aproximadamente unas diez obras de gran formato de Ceballos de la serie Amor fósil, todas ellas realizadas con la técnica del fotograma y casi todas entre las imágenes más conocidas de este autor: El fotógrafo, Sirenas siamesas, La lámpara de Aladino... Hay que aclarar –para el que no conozca esta técnica fotográfica– que el fotograma no hace uso de cámara alguna, puesto que se realiza en una habitación oscurecida, colocando objetos directamente sobre un papel o película recubierto con una emulsión de sales de plata sensible a la luz, después se ilumina con algún tipo de foco, de forma que la luz transforma las sales de plata en plata metálica, por último se procede a un proceso de revelado para hacer visible la imagen formada y de fijado para detener el oscurecimiento. De esa manera los cuerpos y objetos que obstruyen el paso de la luz aparecen en tonos claros sobre el fondo negro del resto del papel expuesto.
Además, Ceballos me planteó la producción de una obra in situ y, por supuesto, no dudé en aceptar la propuesta. Nos pusimos manos a la obra, realizando la adaptación del espacio de la galería a estudio y laboratorio fotográfico, solicitando modelos adultos ¡e incluso niños menores de un año!, pues su idea era recrear la escena de Roma con los gemelos Rómulo y Remo. Esta idea tuvo un éxito inesperado de público e incluso fue grabada por el programa cultural Metrópolis de Televisión Española. El día de la realización del fotograma, los asistentes ocupaban prácticamente todo el interior de la sala, teniendo que solicitar su cierre para limitar el aforo, pues ¡casi no quedaba espacio libre para que los modelos accedieran a la cubeta situada en el centro de la sala para realizar la toma y el revelado! Posteriormente Ceballos tituló esta obra Amniosis, en una clara referencia a la vida del feto rodeado del líquido amniótico, dentro de ese mundo mágico que lo rodea en el útero materno.
En particular, la obra de Tomy Ceballos era una bofetada al establishment fotográfico de aquellos años, dominado por una insistencia en la técnica perfecta en la toma, el revelado y el positivado, con los tres volúmenes de Ansel Adams dedicados a dichos temas como libros de cabecera de muchos fotógrafos españoles de esa generación. Analicemos los factores que diferenciaban sus imágenes de todo lo que se estaba haciendo en aquellos años.
Ya desde la primera fase del proceso fotográfico, Ceballos se apartó de la fotografía tradicional, al no usar cámara en la toma fotográfica. No necesitaba cámara, porque usaba la técnica fotográfica más antigua, el fotograma, que consiste en colocar objetos/modelos directamente sobre un papel sensible a la luz y exponerlo a una fuente de luz para recoger las siluetas. Tampoco tomaba fotografías según la concepción tradicional de registro simultáneo de una imagen proyectada ópticamente en el interior de una cámara oscura, sino que las construía con luz mediante acciones que recordaban a la action-painting, a las pinturas mediante modelos de Klein o a las fotografías del alemán Floris Neususs. En el catálogo de la exposición Cuatro Direcciones, Fotografía Española Contemporánea 1970-1990 indicaba cómo «todos sus fotogramas parten de esta idea básica: la capacidad de la energía para dotar de formas visibles a la materia […] El fotograma constituye para Tomy Ceballos una huella y un aura. Huella de la materia o cuerpo físico, aura de las energías propias del modelo o las recogidas de los participantes en la acción fotográfica. Este concepto de energía de la acción es muy importante para entender sus peculiares sesiones de toma, que en general configura como acciones, donde modelos y público participan activamente en el desarrollo y elaboración de la imagen final».
En lo que se refiere al proceso de revelado, Ceballos no pretendía obtener un negativo del que poder hacer múltiples copias, sus obras eran un positivo-directo, único. Además, su procesado era intuitivo y visceral, todo lo contrario de lo propugnado por los manuales de fotografía. «Ceballos no desea solo la huella, y para buscar una cierta aura no duda en aplicar todo tipo de técnicas, desde los revelados parciales con pulverizadores y fregonas, a la introducción de texturas y sobre impresiones. El fotograma es creado poco a poco, dejando posarse el tiempo para atrapar en el fósil fotográfico toda el aura de los modelos y la escena. A veces incluso resulta difícil reconocer partes de las siluetas debajo del entramado que configura después de la toma fotográfica al revelar por zonas, en su afán por ‘tender más a fotografiar el espíritu de lo fotografiado que a la propia imagen en sí’».
Hay una clara dilatación de todo el proceso fotográfico, una huida de la instantaneidad por dos procedimientos: en la toma al pintar con luz y en el revelado, al ser realizado de forma manual por zonas. Ceballos cuestiona el acto fotográfico recurriendo al proceso más primitivo de la fotografía: el fotograma.
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